viernes, 30 de abril de 2010

Susana Rinaldi canta

La luna no lo sabe.

Hay que avisarle que Buenos Aires se coló aquí dentro

donde hay un escenario y un silencio

esperando que los llenen de tango.

Aquí ocurre la noche

como un testigo adulto de esta convocatoria

que conjuga planetas invocados detrás de una vereda

para vivir de a mucho los minutos siguientes.

Allí, en los camarines,

tras un espejo grande y unas luces pequeñas,

hay un Homero duende y un Cátulo Castillo.

Y un misterio

que espera su momento de tocarnos a todos.

En este instante, hay un mundo olvidado allá afuera

que nos está esperando,

para que alguna vez volvamos a andar por su rutina.

Pero ahora, no existe nada más que esta presencia

que está frente a nosotros,

vertical y adueñada de todos los sentidos que flotan por la sala…

Aquí está la Rinaldi. Punto y raya.

Esta Tana Rinaldi, longilínea y polenta.

Esta Susana, cachetada y tango,

melodrameando un tango con sus manos de pájaro poeta.

Y no hay más preocupación ni yeite que pueda seducirnos.

Susana canta un tango

y toda la verdad de Buenos Aires acusa las cuarenta.

Es como si de pronto

la ciudad se pusiera las ganas de esta mina

para justificarse así, de punta a punta,

y poder endilgarnos su magia permanente

sin dudas ni complejos.

Esta Rinaldi canta

y le viene de adentro todo lo que hay con qué,

para palmearnos con su arenga de lujo

y encendernos la piel

de esa desverguenza de muchacha

que no tiene una ley más razonable

que andar por el idioma como Dios, sobre el agua.

.

Mario Iaquinandi, Bs.Aires - 1979

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